➤ La necesidad de lo colectivo y lo enfermizo de lo individual.
Georgina Cordobés Riera
Fotografia de @nereaperezdelasheras
Con los pies en Septiembre, enajenada por la depresión posvacacional, tuve la intención de encadenarme a una socorrista e iniciar una huelga de hambre. Estaba dispuesta a hacerlo, pero pensé que la pobre mujer tendría el final de una serie por ver, una copa menstrual por hervir y vidas que salvar. En lugar de esto, compre entradas para Cómo hemos llegado hasta aquí de Nerea Pérez, Olga Iglesias y Andrea Jiménez. Hacía meses que lo tenía en la lista de cosas que me hacen feliz (ir al teatro siempre es una de ellas). El jueves, después del curro de una, el voluntariado de la otra y la sesión de psicoterapia de la última, nos montamos en un tren de alta velocidad, con la excitación de una niña que sube al saltamontes en la feria de su pueblo. En una de las paredes del Teatro del Barrio, en mayúsculas, te informan de que SE PUEDE ENTRAR EN LA SALA CON BEBIDAS. Mi madre, camino del bar con actitud pícara, soltó: “Un teatro gamberro, como los que a mí me gustan”. En un debate absurdo, intentamos averiguar si un tercio es lo que en Cataluña llamamos un quinto (¡choque cultural, total!). Sin llegar a ninguna conclusión, pedimos tres cervezas y nos sentamos para que Nerea Pérez y Olga Iglesias nos dieran razones para aplaudirlas hasta borrarnos las huellas dactilares.
A día de hoy, las sigo aplaudiendo en mi cabeza, me he quemado las huellas cerebrales, también. Gramo a gramo, las artistas, condensan la necesidad de lo colectivo y lo enfermizo de lo individual. Como todo lo que nos oprime a cada una, nace de una idea colectiva que por muy demencial que sea la consideramos normal. Lo normal pasa de generación en generación: como debes comportarte, como debes pensar, a quién debes desear y amar, y quién tienes que ser porque en esta casa siempre se ha hecho así. “En esta casa siempre se ha hecho así”, una afirmación singular que se repite en todas las casas. La soledad de lo individual, es levantarse cada mañana a golpe de café con Diazepam y salir a ganarte la vida. Tu compañera de oficina, que desayuna tostadas con aguacate y hace yoga aéreo, y aparentemente le va mejor que a ti, va de Orfidal hasta las cejas. Hace años que el capitalismo nos riega los pies y nos florece en los cerebros. Nos susurra a gritos que lo verdaderamente válido es ser productivas. Si no das la talla puedes perder la vida que te estás intentando ganar (os presento a Meritocracia, hija de Capitalismo, se alimenta de potitos y de que pienses que tienes que ganarte la frente con el sudor de tu pan, o como sea). La vida la tenemos ganada cuando nacemos. Por si fuera poco, el patriarcado nos otorga a las mujeres un plus de cuidados y tareas. De manera que, además de ser productiva en tu trabajo, debes serlo en casa, como madre y mujer de. Y al final, un miércoles cualquiera, con la mirada fija en el fregadero, esnifando un Diazepam, te preguntas cómo has llegado hasta aquí. La soledad de lo individual.
Imaginad que solo hubiese una unidad de persona racista, machista, homófoba y capitalista en todo el globo. La unidad no hace la fuerza. Por la misma razón, para generar el cambio se requiere de la asociación de personas. Imaginaros el machismo como una ballena enorme y pesada encima de todas las mujeres. Cada una, desde la soledad de la supervivencia, centrada en no morir aplastada, rebañando la poca energía que tiene para respirar, se limitaría a pensar: “¿Joder, esto que tengo encima es una ballena? A ver, parece una ballena, pero cómo va a ser una ballena, Carmen, tienes cada idea. ¿Me estaré volviendo loca?”. Imaginad que Carmen oye a lo lejos: “¿Hola? ¿Alguien más está hasta el coño de la ballena? ¿Hacemos fuerza a la de tres?”. Unir fuerzas. Si hay una mayoría aplastada por una ballena, es porque hay otro colectivo que la captura y se la tira encima, legitimizando que: “Ya se sabe, los tíos tiramos ballenas. No podemos evitarlo, es biológico”. Unir fuerzas, mal.
“Me he reído muchísimo y parecía todo coña, pero da que pensar”, mi hermana reflexionaba en voz alta, mientras se encendía un Camel a la salida del teatro. Pensar. Cómo hemos llegado hasta aquí, hace pensar. En esta especie de orgía intelectual, mi hermana a sus 20 años, yo a mis casi 30 y mi madre a sus casi 60, perfeccionamos nuestro boceto mental; y además, lo pasamos mejor que la niña subida al saltamontes. El sarcasmo, el humor, lo cómico y la comparación desde lo absurdo es una manera de confrontar la realidad. De eso va el cambio, de confrontar el sistema e incomodar a quienes recompensa, y se puede hacer con arte y con humor. Nerea Pérez y Olga Iglesias lo hacen en el Teatro del Barrio.
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