➤ Horizontal, desnuda y salada: la ecuación de la felicidad
Georgina Cordobés Riera
Llegué a las vacaciones con ganas de esnifarlas, más que vivirlas. He llegado a agosto con un burnout no diagnosticado. Ejercer la psicología en el ámbito de las violencias machistas tiene un impacto emocional sobre el cuerpo de las profesionales. Hace tiempo que reivindicamos la necesidad de mejoras de las condiciones laborales y de autocuidado porque acuerpar el dolor de otras mujeres tiene un precio. Necesitaba descansar. Desconectar. Por este motivo decidí poner en práctica el consejo de la guionista y cómica Henar Álvarez: descansar del feminismo en agosto para llegar a septiembre con el cuchillo entre los dientes.
Antes de irme me depilé las ingles. Después de dejarme el coño como una actriz porno menor de edad (que es lo que se sabe que gusta a los tíos), me encontré con Irene, mi amiga de la universidad, en el aeropuerto para volar hasta Portugal. En el avión, la mayoría de auxiliares de vuelo eran hombres. Creo que les obligan a tener culazo. Es un requisito en el curriculum. Además, van provocando, te lo restriegan por la cara. Contonean un culo duro, como un melocotón, por el pasillo estrecho del avión.
—Georgina, me pillaré un agua, ¿quieres algo?
—Sí, un culito du porto como ese.
—Agua sin gas y un culito du porto, en la cara de mi amiga, por favor.
Después de cosificar toda la tripulación de Vueling, aterrizamos al sur de Portugal. Sobre esto de la cosificación del cuerpo masculino, tengo mis dudas de si es feminista o machista. Mira, ¿sabes qué? Ni machismo, ni feminismo: igualdad.
Llegamos al Algarve, y me juré a mí misma qué pasaría toda la semana en horizontal, desnuda y salada; la ecuación de la felicidad. Irene puede dar fe que me he paseado por todos los campings del Algarve en bikini y sin toalla después de la ducha. El camping es este sitio donde solo ves serpientes tatuadas y pezones masculinos, porque es sabido que los femeninos incitan las violaciones. Las mesas y sillas plegables, nunca están plegadas; y siempre tienen un botellín de cerveza encima, como mínimo. Las madres son mejores madres porque están la mayor parte del tiempo borrachas. Y los padres porque simplemente están. Los niños se cambian un bañador mojado por uno seco, al mismo tiempo que los adultos cambian los botellines vacíos por llenos. El camping es ese sitio pseudonatural, donde salgo de la ducha en bikini y me lo voy quitando a medida que llego a mi parcela. Me pongo las bragas en público, no por exhibicionismo, sino porque me inunda una sensación de hermandad con todo el recinto. Tengo la sensación que en los campings se gesta un sentimiento de pertenencia grupal extremo, casi sectario. La primera noche, en el camping, me sentía como en casa; la segunda, di besos de buenas noches a mis vecinos de parcela; la tercera, hubiese podido matar por alguno de ellos.
—Georgina, ¿empezamos mañana la ruta por la costa con el jeep?
—Tengo mucha melancolía, tía. No quiero despedirme de toda esta gente.
No quería romper con el patrón de que las mujeres somos emocionales, sensibles, exageradas, locas. Cerramos la cama e Irene se montó en el asiento del conductor. Tendríais que haber visto a Irene conducir. Conduce muy bien. Conduce como un tío. Un auténtico Manolo del asfalto. Irene convalida en pene, seguro.
—Tía, ¿en la rotonda que salida?
—No lo sé, Irene, no entiendo los mapas. Necesito un hombre que me oriente.
—Sí, que nos indique el camino con su pene iluminador. El Falo Maps. Concéntrate, Georgina.
—Da igual, métete por aquí. Necesito verte poner el freno de mano ya, Manolo. Digo, Irene.
Evidentemente, me excito al ver un freno de mano. Ya se sabe que las mujeres solo llegamos al orgasmo con penetrajajaja. Perdón, no puedo terminar de escribir la frase. Ya lo he dicho que es mi primer verano intentando ser antifeminista. Finalmente, llegamos a la cala e Irene flipó con mis ingles. Tuve que justificarme: Me he depilado porque quería asegurarme que si ligaba con un tío que conoce los consejos de la chochoctora, me comiera el coño como quien sorbe la cabeza de una gamba. Y porque negarlo, para hacerme una fotochocho, no es justo que solo ellos tengan que mandar las fotopollas ¡Si tanto damos por saco las feministas con la igualdad hay que predicar con el ejemplo!
Tengo que confesar, Henar, que leímos mucho. Irene terminó su libro y siguió con el mío. Yo también escribí un poco. Intentamos ser solo guapas y coquetas, pero sin querer también somos intelectuales. Nos esforzaremos más, el próximo verano.
—No me encuentro nada bien.
—Ya te he dicho que leer no es bueno para nosotras, Irene.
—¿Me compras un agua, porfa?
—¿Y un culito du porto?
Escalé por el acantilado como un príncipe trepando a la torre del castillo. En la cima había un hombre, detrás de una parada de frutas. Intenté pagar con tarjeta. Fracasé. Evidentemente, solo los hombres nos salvan cuando estamos en apuros.
—Eu pago a água para a senhora.
El hombre, detrás de mí, se ofreció para pagarme el agua. Me ofendí muchísimo:
—¿Cómo que señora? ¡Señorita, que aún no me he casado!
Totalmente fuera de lugar tratarme como una mujer adulta y autosuficiente, sin tener un hombre que me haga de Falo Maps en mi vida. En seguida, lo perdoné porque las mujeres perdonamos siempre. La comprensión es algo innato de las mujeres. La comprensión, apuntar el niño a vóley, llenar los tuppers y limpiar el horno; todo esto lo hacemos con la vagina. Escuchamos por la vagina, comprendemos por el útero y llevamos el niño al pediatra con los ovarios. Aunque algunas lo hacen a remolque de los huevazos de su marido, que con suerte se sabe el nombre del doctor (y el de su hijo). Perdón, he vuelto a suspender en antifeminismo.
–Irene, busco una sombra, montamos el camping gas y comemos, que te sentará bien.
Hubiese estado mejor invitarla a un buen arroz. Según Henar Álvarez, para que una escapada sea plena hay que cumplir las 3 P: Playa, paella y polla. No encontré la P en cuestión. Nos apetecía muchísimo. A mí, más que Irene, hace tiempo que no como ninguna. Ni me acuerdo de como son. Las recuerdo bastante ricas. Acostumbro a comerlas más en verano, que en invierno. Apetecen más. Me entran mejor. Aunque siempre termino muy llena. Sea como sea, al final no nos la comimos, porque en Portugal son más de bacalado. Y en aquel momento, tampoco teníamos tiempo de buscar una polla. Así que monté el camping gas para cocinar la quinoa. Irene me sacó la foto que más me representa de todo el viaje: a una mano la mesa plegable y en la goma de las mallas el tenedor. Confesaré que me encantaría ser cómica y guionista. En otras palabras, la versión catalana y morena de Henar Álvarez. Por este motivo, he creado mi propia regla para las vacaciones. La norma de las 3 C: Camping, cañas y coño al aire.
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